Mientras las cárceles chinas se siguen poblando de intelectuales los puti-clubs, camuflados en estruendosos karaokes, recibirán hoy viernes de diciembre a no pocos gobernantes con la idea de fallecer de placer, o sea, de hacer el acto con campesinas con dorsal, beber ‘bai ju’ –el licor local que sabe y huele a gasolina- y fumar, a veces con dos cigarrillos a la vez, cartones y cartones de ‘Chunghwa’ o ‘Panda’, las marcas que no se consumen por su calidad sino por su precio.
China ha vuelto a proponer a otro de sus ciudadanos para el goloso Nobel de la Paz. Luego se quejarán si la malvada Occidente se lo vuelve a dar a uno de los suyos pero tras tantos años de infamia y tontería es absolutamente normal que en este país se tomen decisiones escolares, a la par de injustas y malvadas.
Leía ayer a Liu Xiaobo explicando uno de los momentos trágicos de la reciente historia de China. En él, la locura de Mao Zedong, sacó a flote a sus críticos. En realidad, pidió a su pueblo que le examinara. Tras recibir no pocas críticas, hizo una limpia de todo aquel que le osó faltar al respeto a los que bautizó como la “derecha”. Tras ese momento delirante, los campesinos y bastantes analfabetos pasaron a tomar muchas de las decisiones del país. “La revolución del pueblo”, decían los muy idiotas. Hoy, gracias a aquella limpia, podemos agradecer que en Shanghái, por ejemplo, donde el frío es aterrador y las nevadas existen, no haya calefacción. Las decisiones de cuáles ciudades poseerían calefacción estatal y cuáles se quedarían fuera se resolvió como sólo podrían resolverlo un atajo de inútiles: con el río Yangtsé como línea divisoria calor para los de arriba y frío inhumano para los de abajo. Lo dicho: se persiguieron a las cabezas pensantes que fueron sustituidas por imbéciles enroscados en banderas con hoces y martillos.
Por todo esto que acabo de contar me veo en el deber de informar que la Revolución Cultural, aquella persecución nazi auspiciada por Mao contra todo aquel que emitiera señales de inteligencia, realmente nunca fue finiquitada ya que dura hasta nuestros días. A los hechos me remito: no pocos escritores, artistas y pensadores residen arrinconados en estrafalarias celdas. China: el mundo que viene.
A Chen Wei, escritor de 42 años y consumado defensor de los derechos humanos, le han caído nueve años por fomentar la manifestación contra el gobierno en la televisada ‘Revolución del Jazmín’. Para que vean cómo trata China, tras sus fastuosos Juegos Olímpicos y su coñazo de Expo, a la escasísima parte de su población capaz de discernir. Exactamente igual que hacía Mao hace no tanto tiempo. Porque la ‘Revolución Cultural’ no cesa.
Duan Qixian y Zhang Wei, compañeros de Chen que acudieron a jalearle a la entrada de los juzgados de Suining, en Sichuan, fueron arrestados a los escasos segundos de iniciar su reivindicación. China continúa con su ‘improgresión’, inapreciable para la sociedad adormecida que ha creado.